lunes, 25 de febrero de 2008

Afuera



Un naipe tirado, una moneda, un tenedor de metal, un botón, cuatro crayones de colores, la calle larga, gris, mi uña rayando la pared. Llego a la esquina, el semáforo en rojo, los autos gruñen, los rostros de tedio, la mujer que vende objetos en esa cuadra sopla y lanza burbujas nacaradas que el viento caliente del medio día levanta, arrastra en medio de los carros, revienta. El semáforo da verde. Los autos reanudan la marcha en medio de una atmósfera llena de pompas de jabón. Dan ganas de aplaudir.

Un papel doblado cuidadosamente en cuatro, el reflejo de los árboles en el charco que se hace junto a la banqueta, la punta de mi zapato derecho, izquierdo, derecho, izquierdo, un clip, una leve lluvia morada de flores de Jacaranda, la raíz del árbol levantando la banqueta, un tropezón, volteo para ver a los espectadores que seguramente estarán sonriendo: detrás de mí camina un ciego. Al lado, mi reflejo multiplicado en las ventanillas de los autos aparcados. Arriba, un gato me observa, indiferente, desde el filo de la pared. Pienso en la belleza del instante y me avergüenzo: un hombre revisa minuciosamente la basura que se rebalsa en el bote de la otra esquina.

Corro y alcanzo el autobús. La calle se convierte en una diapositiva de colores sucios, del tamaño de la ventanilla. Una mariposa blanca lucha contra la corriente de aire que crea el tráfico, un borracho intenta levantar su bicicleta, un perro caga sin pudor, un niño levanta sus manos y grita adiós desde el umbral de su puerta, una mujer llora en el teléfono público, y Ronald Mac Donald patea piedrecitas mientras espera el autobús. El sol golpea la ventana y me devuelve mi reflejo. Desciendo. Frente a mí, pasa caminando, sin mirarme, un niño idéntico al hijo que quizá nunca tendré. Me detengo, lo sigo con la vista hasta que dobla la esquina. El aire arrastra por el suelo un puño de hilos de colores, la hoja de un periódico. Esquivo a otros transeúntes, siento sus olores, colecciono las palabras sueltas que van dejando en el aire, busco mis llaves, y cuando levanto la vista reparo que el hombre que se acerca no deja de mirarme, el espacio es reducido, su mano derecha se dirige rápidamente hacia su costado izquierdo, mi corazón golpea fuerte, el encuentro es inevitable, saca un objeto negro, extiende la mano, respiro profundo, y en el momento que pasa a mi lado, dice: ¿aló?... apresuro el paso…la calle es un interludio fascinante cuando se abren los ojos…cierro la puerta.

3 comentarios:

Petoulqui dijo...

Quizás alguien me pueda explicar por qué un post como éste no tiene ni un solo comentario. Es de esas cosas que jamás voy a entender.

No crea que escribo por escribir. En absoluto. De hecho, si no me gustara, seguramente preferiría no comentarlo.

Por otra parte, si me indignara por falta de calidad o autosuficiencia (un rasgo que me he encontrado en otros "autores"), seguramente, emitiría una cáustica crítica.

Si ha llegado hasta aquí, leyendo este comentarito, entonces, no puedo más que expresar lo envolvente de esta su imagen. A algunos que conozco no les gustan las imágenes; a mí, cuando son así, me agradan bastante.

Y el final, se lo aseguro, entre tanto embeleso, me fue totalmente impredecible. Créalo o no, a mí también me palpitó fuerte el corazón y me sentí, como pocas veces, al borde de la silla.

Y, ahora me doy cuenta, ni siquiera me había fijado en el título: "Afuera".

Buena onda, Vania. Por si todavía se le ocurre preguntarse para qué escribir, pues, para qué cree... para leerla, pues. (Qué puesista ando, eh)

Anónimo dijo...

tu pluma es seductora, tienes una estilo muuuuuy `personal y el lo que vale en un escritor o lo que nos creemos uno de ellos! , me gustaria charlar contigo tiene una forma de escribir y plasmar ideas m,uy peculiar, tengo 17 y adoro a Edgar allan poe! un escritor diuvino! surete espro contactarme conitgo

Anónimo dijo...

Gracias por el comentario. Qué alegre que le hayan gustado los textos. Pues cuando pueda escríbame a tantanoche@hotmail.com y platicamos...