Cerré la agenda telefónica e inicié un nuevo recuento mental de nombres y posibilidades con la mirada fija sobre la mancha de sol que iluminaba la pared. Nadie. Los pocos amigos y la familia: lejos, ocupados. Entonces recordé a Miguel y busqué su número entre los papeles apilados debajo del escritorio. Marqué. Me reconoció de inmediato y aunque no podía hablar mucho en ese momento aceptó la invitación.
Ya había olvidado el escalofrío que me provocaba su mirada. Nos pusimos al día mientras caminábamos hacia el salón. Cuando me llamaron me abrazó, me besó la frente, me deseó suerte. Estaba lista para enfrentar una sesión de preguntas redundantes que durante más de una hora pretendía resumir un año de trabajo y cinco de asistencia fiel y rutinaria que incluían mi emigración y el recorrido por varios trabajos. No tuve problemas. Salí mientras deliberaban. Miguel me esperaba con una taza de café y preparaba la cámara digital. Veinte minutos después, el catedrático nos invitó a entrar. Era el momento del protocolo, las fotos de Miguel y los abrazos de felicitación. Todo terminó. Había olvidado qué tibio era su abrazo. Caminamos hacia el parqueo. Me preguntó si iba para mi casa, si vivía donde siempre, si quería que me llevara hacia algún lugar. Le dije que no, mientras le acariciaba el rostro. Le agradecí los detalles y prometí llamarlo pronto. Esa tarde me había salvado de la soledad una vez más. Podía quedarse con el cambio.
2 comentarios:
envolvente...
muy bueno, muy bueno, me gustó mucho la imágen "una hora pretendía resumir un año de trabajo y cinco de asistencia fiel y rutinaria"
Muy bueno el relato, un saludo!
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