Compartí el lavadero con un puertorriqueño retirado de la academia militar que se jactaba de la limpieza de su cuarto de baño mientras enjuagaba con ímpetu el trapeador. Era una de esas pláticas generada por la confianza que existe entre un viejo y una desconocida que se han encontrado durante un par de ocasiones en las gradas del mismo edificio.
Como buen militar parecía llevarse bien con mis monosílabos distraídos y mis educadas muecas de aprobación.
La lluvia de un medio día de septiembre que, súbitamente, se había tornado oscuro, empezó a golpear la lámina, y la plática dio un giro apocalíptico. El fin del mundo será en noviembre, afirmó. Y apeló a la numerología, a los astros y las coincidencias en la historia universal de los desastres, mientras se esforzaba por blanquear el trapeador.
El viejo había logrado captar mi atención con su convicción. Y mientras él hablaba, empezó a llegarme al cuello todo lo que no he hecho, los lugares y las personas que no he conocido, los kilómetros que me separan de lo único que tengo, así, imagen por imagen, previo a quedarme en blanco, como su trapeador, que en ese preciso momento era extendido orgullosamente ante mis ojos.
Me urge volver a mi país, dijo, mientras lo colocaba sobre uno de los lazos que estaban bajo techo. Y por un momento sentí la tristeza de las despedidas entre dos desconocidos a quienes hermana la espera de un final inminente.
A más tardar será en febrero, agregó, y súbitamente vi tropezar mis cálculos mentales… este país lo mata a uno de aburrimiento, dijo.
Y luego de eso lo vi correr torpemente bajo la lluvia de vuelta al edificio, mientras yo sentía la leve confusión de quien acaba de ser timado, de quien acaba de ser salvado.
Como buen militar parecía llevarse bien con mis monosílabos distraídos y mis educadas muecas de aprobación.
La lluvia de un medio día de septiembre que, súbitamente, se había tornado oscuro, empezó a golpear la lámina, y la plática dio un giro apocalíptico. El fin del mundo será en noviembre, afirmó. Y apeló a la numerología, a los astros y las coincidencias en la historia universal de los desastres, mientras se esforzaba por blanquear el trapeador.
El viejo había logrado captar mi atención con su convicción. Y mientras él hablaba, empezó a llegarme al cuello todo lo que no he hecho, los lugares y las personas que no he conocido, los kilómetros que me separan de lo único que tengo, así, imagen por imagen, previo a quedarme en blanco, como su trapeador, que en ese preciso momento era extendido orgullosamente ante mis ojos.
Me urge volver a mi país, dijo, mientras lo colocaba sobre uno de los lazos que estaban bajo techo. Y por un momento sentí la tristeza de las despedidas entre dos desconocidos a quienes hermana la espera de un final inminente.
A más tardar será en febrero, agregó, y súbitamente vi tropezar mis cálculos mentales… este país lo mata a uno de aburrimiento, dijo.
Y luego de eso lo vi correr torpemente bajo la lluvia de vuelta al edificio, mientras yo sentía la leve confusión de quien acaba de ser timado, de quien acaba de ser salvado.
4 comentarios:
Me encanta lo que escribes Vania...
Genial Vania! un abrazo!
Muchas gracias por pasar!
Buenìsimo...
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