Las campanas de la catedral acababan de anunciar el medio día. El tráfico sobre la séptima avenida estaba detenido, los automovilistas se habían cansado de bocinar.
Ella caminaba contra la corriente de aire y los reflejos del sol sobre los autos. Conforme iba avanzando logró comprender lo que la anciana que pedía dinero junto a la puerta de uno de los parqueos estaba gritando.
“La van a matar”, dijo, alargando la última palabra con angustia mientras miraba hacia el frente y los peatones que pasaban por el lugar seguían su camino sin inmutarse.
Fue hasta el momento en que pasó frente a la anciana cuando se dio cuenta de la escena: una paloma con el ala lastimada estaba parada en medio de la calle donde los autos ya empezaban a moverse.
Se detuvo y se quedó observándola. “Señora paloma, muévase, por favor”, gritaba la anciana. La paloma aleteó con torpeza y alcanzó el bumper del automóvil más cercano. Se resbaló. Con un nuevo aleteo se detuvo de la orilla y con otro más llegó a la parte de arriba. El automóvil empezó a moverse lentamente en medio del tráfico con rumbo a la catedral, donde seguramente las otras palomas la verían llegar de una manera poco usual.
La anciana volteó y le regaló una carcajada vacía cuando escuchó que ella no podía parar de reír. Así se despidieron y siguió su camino con una sonrisa que le duró a lo largo de varias cuadras mientras imaginaba que se había quedado parada junto a la anciana, viendo cómo avanzaban el reloj y los carros, cómo la gente pasaba sin verlas; escuchando pedazos de conversaciones, observando los rostros que desfilaban llenos de tedio del otro lado de las ventanillas, viendo cómo la anciana se quedaba dormida por ratos: esos otros instantes en los que quizá lograba olvidar su miseria.
El reflejo del sol sobre uno de los autos, un golpe de viento y un timonazo la congelaron durante tres segundos cuando alcanzó sonriente la última esquina. Nadie gritó “la van a matar”, quién sabe si alguien la hubiera visto volar.
Ella caminaba contra la corriente de aire y los reflejos del sol sobre los autos. Conforme iba avanzando logró comprender lo que la anciana que pedía dinero junto a la puerta de uno de los parqueos estaba gritando.
“La van a matar”, dijo, alargando la última palabra con angustia mientras miraba hacia el frente y los peatones que pasaban por el lugar seguían su camino sin inmutarse.
Fue hasta el momento en que pasó frente a la anciana cuando se dio cuenta de la escena: una paloma con el ala lastimada estaba parada en medio de la calle donde los autos ya empezaban a moverse.
Se detuvo y se quedó observándola. “Señora paloma, muévase, por favor”, gritaba la anciana. La paloma aleteó con torpeza y alcanzó el bumper del automóvil más cercano. Se resbaló. Con un nuevo aleteo se detuvo de la orilla y con otro más llegó a la parte de arriba. El automóvil empezó a moverse lentamente en medio del tráfico con rumbo a la catedral, donde seguramente las otras palomas la verían llegar de una manera poco usual.
La anciana volteó y le regaló una carcajada vacía cuando escuchó que ella no podía parar de reír. Así se despidieron y siguió su camino con una sonrisa que le duró a lo largo de varias cuadras mientras imaginaba que se había quedado parada junto a la anciana, viendo cómo avanzaban el reloj y los carros, cómo la gente pasaba sin verlas; escuchando pedazos de conversaciones, observando los rostros que desfilaban llenos de tedio del otro lado de las ventanillas, viendo cómo la anciana se quedaba dormida por ratos: esos otros instantes en los que quizá lograba olvidar su miseria.
El reflejo del sol sobre uno de los autos, un golpe de viento y un timonazo la congelaron durante tres segundos cuando alcanzó sonriente la última esquina. Nadie gritó “la van a matar”, quién sabe si alguien la hubiera visto volar.
3 comentarios:
Lindo cuento
Gracias por la visita, Lucha!
Un blog como este es el que he estado buscando durante tanto tiempo :)
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