Por Rafael Romero
Hay cosas que no se comparten / La muerte / por ejemplo / Se suponía que él debía irse al infierno / solo. ¿Qué sentir después de haber leído esta suerte de pequeño proyectil que parece explotar frente a nuestros ojos para luego internarse, convertido en esquirlas, en nuestra atónita humanidad a duras penas parpadeante? ¿Cómo entender que en menos de veinte palabras se encierre una vida: un pasado, un presente y un futuro? ¿Cómo asimilar, cómo lidiar con esta precisión, con esta arrolladora certidumbre, con este más que atino?
Uno sonríe previo a quedarse petrificado. Uno intenta reponerse enseguida. Uno al menos lo intenta.
Cuando llegué a la página 44 de Quizá ese día tampoco sea hoy, de Vania Vargas, no supe que ya había recorrido más de la mitad de un ejemplar que acababa de recibir de las propias manos de Vania. Junio del 2011, Guatemala. Recuerdo que lo consumí atropelladamente, como cuando uno tiene hambre y le da lo mismo masticar mal y atragantarse; así, ansioso. Los poemas me condujeron con esa facilidad indiscutible que sólo los textos bien logrados y equilibrados poseen. Las palabras, en su conjunto, o debería decir las imágenes, no dejaron de ofrecérseme, de colmarme en asombro y en agudeza, de cuestionarme profundamente y a la vez de satisfacerme como nos satisfacemos cuando, para bien o para mal, nos miramos en un espejo, o en muchos. La invitación, esa invitación intrínseca en este tipo de contratos (autor/lector), en resumidas cuentas y tal como me lo esperaba tratándose de Vania, fue efectiva y el resultado, hondamente placentero.
Ya en Madrid, vinieron las relecturas y la constatación de que la voz de Vania hay que escucharla varias veces, despacio, sin prisas, porque es innegable, porque se saborea genuina y certera.
El primer rasgo que me gustaría destacar, luego de leer a conciencia este segundo libro de poemas de Vania (continuación de Cuentos infantiles, Catafixia, 2010), es algo que quizá corra el riesgo de sonar trillado, la sensación de que yo, como lector, me estaba viendo reflejado, de que el libro que he tenido muchas veces en mis manos es, sí, un racimo de visos, de apariencias, tremendamente reales, en donde las preocupaciones existenciales y estéticas de Vania, parecen ser también las mías. De hecho, lo son. O al menos, las siento compartidas, las defino participadas.
En Quizá ese día tampoco sea hoy (un título que ya de por sí anuncia cierta desesperanza, pero que no nos empuja al fracaso), Vania explora y afronta varios conflictos que entiendo son los motores de la creación de este libro. Hay un devaneo interno entre lo que se es y lo que se desea ser, entre la ruta personal de vida escogida y la impuesta por la realidad o por el beneplácito ajeno presente, por ejemplo, en la figura maternal (hay tres poemas seguidos que lo testifican, a saber: p. 22, 23 y 24), en las menciones familiares, en las alusiones a la perspectiva “del otro”, a Melissa (acaso reflejo traído desde el inconsciente de Vania, ese como doble suyo que parece que aún habita en la casa de la infancia y que se materializa ahora en la adultez y en la soledad urbanita), esa réplica que presagia el futuro, pero que también da fe de un presente que se empeña en detallar, como lo haría un espectador atento, el ser de Vania, su condición humana, sus vicisitudes. He ahí que la primera parte del libro se titule “Los dobles”.
El poema “The ballad of Bonnie Parker”, quizás de mis favoritos, reúne varios elementos y detalles que nos ilustran parte de lo anteriormente dicho. Cito dos estrofas:
No
esta que ves no es ni la sombra de mi lado salvaje
yo bien pude haber sido Bonnie Parker
con estas ganas que me dan de asomarme a las ventanas
de marcharme en el tiempo
de ver el pasado destruirse
como las ciudades nocturnas
cuando tiembla el televisor
Yo también soñé una vida peligrosa
con acumular historias
de las veces que he escapado de la muerte
con mostrar las cicatrices que dejó
el impacto de los días [p. 17]
Hay una pugna, hay tribulación. Y son esos sentimientos, desde mi punto de vista, los que nos trasladan inevitablemente a la segunda parte del libro titulada “La muerte”. Aquí, el conflicto (un conflicto asumido y afrontado por Vania persona y Vania poeta) se amplía, ya no es sólo una cuestión íntima, ya no es sólo el convivir con esa suerte de desdoblamiento metafísico del individuo, esa bifurcación emocional, ese “yo” escindido que se siente proclive a conjeturar, precisamente, acerca de las dualidades (yo agente/yo paciente, yo observador/yo observado, yo niño/yo adulto, yo realidad/yo reflejo, yo allá-antes/yo aquí-ahora) pero que lo hace desde su fuero interno, desde territorios introspectivos, como una necesidad básica e impostergable, casi como un hábito. Ahora el conflicto implica, además de lo ya dicho, el desenlace y la fatalidad que están ahí, en cualquier parte, en cualquier momento, afuera de los muros, en la calle, a la orden del día, siempre, como si fuera una sorpresa.
Existir, ser, relacionarse, temer, trasladarse, lidiar con presencias reales o evocadas, rozarse con fantasmas, enfrentarse, exponerse, ser parte de o verse ajena, intentar escapar, no caer, bregar contra la costumbre recalcitrante y contra la soledad, el tedio, la ciudad… el compromiso intrínseco de la vida cotidiana y terriblemente periódica a merced de la muerte, con la intensidad que este hecho trascendental en sí supone, con la complejidad también que acarrea para un alma sensible, perceptiva y observadora, como lo es, sin lugar a dudas, Vania Vargas. Así pues, luego de los primeros textos de esta segunda parte, que parecen servir de transición, emergen los más intensos y más contundentes, los discursos que más se acercan a mi universo personal y con los que más me siento reconfortado.
Es más, por eso mismo, comparto aquí tres estrofas de tres poemas distintos que, casi alcanzando el final del libro, condensan, según mi precario y quizás insolente punto de vista, las raíces emocionales (además de las ya expuestas en relación con la primera parte del libro) que posiblemente llevaron o movieron a Vania a construir gran parte de Quizá ese día tampoco sea hoy. Cito:
Hay momentos
en que me da por golpear
las paredes de los días
que se precipitan
por esta ciudad
ajena
sin reparar en la sacudida violenta
de la sorpresa
que se esconde en las esquinas [p. 45]
Ella vive como escribe
a gotas / con miedo
con demasiados silencios
—mentalmente—
en una constante agitación interna
mientras aprieta los dientes
mientras cruza la ciudad que se va quedando atrás
como un rollo negativo que se descorre a contraluz
y que tiene cortado el principio y el final [p. 54-55]
Para salvarse sólo necesita una ranura mental
un punto de escape
que impida la explosión de ese horno interno
alimentado por la cotidianidad y el sinsentido
por los fantasmas
que de vez en cuando le tocan el hombro
por el acecho del dolor cuando cierra los ojos
por el mandato de la eternidad que se traga la nada [p. 56]
Tribulación y turbulencia. De nuevo.
He prescindido de realizar una disección minuciosa y analítica, de desmenuzar este libro como lo hubiera hecho un médico forense simple y sencillamente porque mi intención no es valerme de ninguna de las tretas del raciocinio sino atender a las sensaciones (que es lo que he intentado plasmar aquí), a la resonancia que pueda tener en mí este tipo de poesía (esa que considero vital y genuina), al lenguaje íntimo, y por lo tanto invisible, que circula en vaivén entre las palabras hechas imágenes, testimonio y réplica, y yo. Y, detalle importante, porque no se lo merece.
En Quizá ese día tampoco sea hoy la poesía de Vania es diáfana y directa; es certera y contundente. Posee un componente narrativo en su forma que invita, que orienta, que rebela. No necesita escarbarse; no necesita ser manoseada para extraerle la savia candente, esa que esperamos siempre nos ilumine el camino. La razón sobra porque todo está dicho para ser asimilado o entendido (si es que eso, el entendimiento, es realmente imprescindible para la experiencia poética que Vania nos ofrece), no hace falta ningún tipo de ejercicio mental ni de esfuerzos mentales. Lo dicho no se queda flotando en el aire como una nube, más bien transita directamente hacia la humanidad del lector, hacia nuestros receptores internos.
Y cuando esto ocurre, cuando la poesía carece de frivolidad, de palabrería exótica, de presunción retórica, de sentimentalismo falaz, de experimentación desaforada, la poesía es, se realiza y trasciende. Sinceridad y limpidez. Radiografía de lo emocional y proyección existencial del caos: Vania Vargas hecha libro.
No hay vida para leer ni la décima parte de todos los grandes libros publicados. Víctimas del paso del tiempo, habrá que limitarse, habrá que ir seleccionando para quedarse y aprovechar sólo los mejores. Quizá ese día tampoco sea hoy, es uno de ellos, sin duda.
Madrid, julio 2013
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