miércoles, 9 de febrero de 2022

"En el camino" de Jack Kerouac: reflexiones de ida y vuelta




En los tiempos libres de este tiempo malo, en los que es más seguro para todos permanecer en el encierro, uno anda por las libreras físicas y virtuales en busca de tomos llenos de aire y espacios abiertos. Nos deslizamos entre sus tapas y empezamos a caminar a lo largo de sus páginas en espera de que alguien aparezca y nos lleve, finalmente, aunque quizá no tan a salvo, lejos de aquí. Así fue como al final de un día de hartazgo terminé de nuevo en el asiento trasero del carro de Dean Moriarty. Bueno, le dicen Dean, pero yo sé que es Neal Cassady, el ícono casi místico y vital de varios miembros de la generación Beat, entre ellos, de Jack Kerouak, quien va narrando el viaje desde el asiento de enfrente, y que aquí se dice llamar Sal Paradise.

La ruta va atravesando Estados Unidos, de Nueva York a San Francisco y de regreso, un par de veces y con escalas. Incluye un plan de viajar a Italia, y el primero de varios viajes posteriores hacia México, esa ciudad que se convirtió, no solo en un lugar salvaje donde era más barato encontrar alcohol, drogas y mujeres, sino que, además, jugará un papel importante en la vida de algunos de ellos. William Burroughs, por ejemplo, quien tuvo que pasar trece días en la cárcel de Lecumberri, luego de matar a su mujer mientras ella sostenía un vaso medio lleno (o medio vacío) sobre la cabeza para que él probara su buena puntería; o la historia de varios libros de Kerouac, que nacieron de su experiencia mexicana, como Tristessa, México city blues, y Dr. Sax que dicen que encontró forma allá. 

Sintiendo el vértigo de estas andanzas de los años en la carretera, los últimos de la década de los 40, salgo del libro para echar una mirada rápida y temerosa a estos años que son el futuro, años de una corrección política que fácilmente podría vedarles el paso, bajarlos del carro, destrozarlos por completo, pero vuelvo a la lectura y sigo el camino. Observo con fascinación la figura de Cassady, a quien de lejos se le presiente la chispa de la locura, el desenfado, la trepidante intensidad y una irresponsabilidad casi infantil. Miro con un dejo de ternura a Kerouac, su sensibilidad exacerbada, su hambre de vivir y de sentir para escribir. Y entonces, en una especie de visión beatífica, se revelan ante mí, más que como grandes escritores, como grandes personajes literarios que plantean ante quien los lee una especie de jerarquía mística vital que termina por convencernos de que nos gustan los Beat por la misma razón que a los Beat les gustaba Neal Cassady. Que buscamos con ansiedad algo que ellos encontraron en la escritura y que Cassady se hacía sentar, sin esfuerzo, sobre las rodillas.

Y mientras Cassady abandona a un Kerouac enfermo en México, yo me bajo del libro en un sillón ubicado a pocos metros de ese en el que empecé el viaje hace varios días. Vuelvo a la realidad del encierro, vuelvo a casa para contarle a mi madre que, en uno de los viajes de Nueva York a San Francisco, Neal y Kerouac decidieron pasar a visitar a Burroughs, el viejo Bull Lee, que estaba viviendo en Nueva Orleans, y que saliendo de allí enfilaron hacia Houston por una carretera que, cincuenta años después, a mediados de los años 90, mi padre y yo recorrimos en sentido contrario, en un viaje de dos días y una noche, de Dallas a Florida, por la ruta 10, acompañados por tres repartidores de Nuevos Testamentos y un taxista iraní. Que, como los viajeros de los años 40, sentimos el escalofrío de atravesar durante la noche la carretera larga y solitaria bordeada por los pantanos del sur, y que, al llegar a Mobile, en donde Cassady se había detenido para robar gasolina, nosotros nos bajamos del carro en medio de un parqueo solitario y tratamos de dormitar un rato sobre el asfalto caliente antes de seguir hacia nuestro destino. Que acababa de volver de un viaje que había hecho que años atrás me cruzara en la carretera con el fantasma de dos íconos, y que ahora hacía que me encontrara con el recuerdo de mi padre y otros fantasmas queridos que se quedaron en el camino.


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