martes, 15 de diciembre de 2009

Aguinaldo

Llevo cuatro horas vagando por el centro comercial. La navidad se acerca, y aunque todo el mundo se queja de falta de dinero siempre espera un buen regalo. 
Me duelen las piernas. Los que buscan un lugar para sentarse tendrán que esperar un momento más mientras termino con mi ensalada. No pienso apresurarme. La señora que está a dos mesas de distancia seguramente tampoco lo hará. Y eso que se come la suya con el ímpetu animal que le provocan los pedacitos cebosos de tocino por los que pagó el doble.
Es extraña la gente que uno se encuentra en las ventas de ensaladas. Arman tremendas bombas estomacales, pero se van con la conciencia tranquila porque comieron sano. 
Yo mastico lento y escucho. Desde hace algún momento dejé de distinguir la música ambiental, el ruido de las máquinas de los restaurantes, el arrastrar de las sillas y la conversación del grupo que come frente a mí. Ahora todo se sintetiza en una onda sonora casi uniforme de no ser por el grito de un niño o una carcajada cercana. 
Cientos de personas hablan al mismo tiempo en el mismo lugar. Pienso en la hora del cierre, en las luces apagadas, el lugar vacío, el silencio nocturno y siento miedo. 
Me levanto. Llegó la hora de tomar una decisión, pagar por los regalos y largarme de una vez. Regreso mentalmente a las opciones y resuelvo que debo verlas de nuevo antes de decidirme por las definitivas. Sin embargo eso significa entrar por tercera vez al lugar en el que finalmente compraré. Ni modo. Me pongo en marcha. 
Siento calor. No me gustan los centros comerciales, no me gusta comprar. Me molesta cuando me preguntan qué busco. Ese es un tema existencial. Me produce angustia. “Solo quiero ver”, respondo, y me apresuro. A partir de ese momento empiezo a sentir sus miradas encima y sus pasos muy cerca, empiezo a sentirme sospechosa, y la culpa se me empieza a notar aunque no haya abierto mi bolsa ni lleve nada en las manos. Lo peor de todo es que el momento parece no terminar porque tampoco me atrevo a salir, no quiero que piensen que me sentí descubierta, mucho menos que el código del libro que llevo en la mochila active la alarma, o lo que es peor, que alguna prenda se haya quedado pegada en el velcro de mi bolsa sin que me diera cuenta y piensen que me la quiero llevar de la manera más descarada posible. 
Cuando pienso en eso me da por moverme con fuerza para que la blusa hipotética se caiga o para ver si logro sentirla, porque si reviso directamente sospecharán aún más de mí, sin embargo lo único que consigo es llamar más su atención. Solo me queda esperar que la puerta esté totalmente despejada o que la mujer que va delante de mí pase primero, tengo tanta suerte que ella podría ser descubierta por la alarma y a la que detendrían sería a mí.
Pienso en otras maneras para evitar pasar por todo esto de nuevo mientras camino. Esperar a que cambie el turno de los empleados y los guardias de seguridad para no despertar sus sospechas, sería una de ellas. Bajo la voz. “Creo que estas hablando sola, Estela”, me digo entre dientes. Me encuentro de frente con mi reflejo en una de las vitrinas, estoy asustada. Si continúo así, seguro que cuando vaya por la tercera tienda ya no será solo allí donde me tengan controlada, ya me habrán hecho zoom en el circuito cerrado del comercial. De hecho ya empiezo a ver cómo los hombres y las mujeres que portan el logo del lugar en la bolsa del saco pasan cerca de mí hablando por sus radios transmisores. Están a mi alrededor, los distingo entre la gente común, se hacen los locos, pero se mantienen cerca. 
Lo mejor será olvidar los regalos y salir cuanto antes. No sé qué hora es. No voy a sacar el celular ni voy a preguntar. A estas alturas cualquier movimiento puede ser peligroso. Mientras no llegue a la puerta de salida trataré de mantener la calma. Una vez ponga un pie fuera podré incluso correr. Necesito sentir el aire tibio, el espacio abierto. Sentirme segura. Aunque afuera la ciudad también tiene una onda sonora similar y permanente. Desde que la descubrí no he dejado de escuchar este zumbido que me taladra la cabeza.

3 comentarios:

Prado dijo...

Me transmitió la angustia. Lo digo con admiración. Besos.

Alex dijo...

que paranoia O.O

Anónimo dijo...

Bravo mi querida Vania. Siempre con palabras tan efectivas...
Recordé que ya me sucedió lo de la alarma y el libro.
Con cariño!!!

Flor de María