La mujer abrió la ventana, llenó el cucharón con alpiste y se dispuso a alimentar a los pájaros que ya reconocían el tiempo exacto que transcurría entre el rechinido, el sonido de la bolsa, la caída de las semillas sobre la pestaña de cemento y el reflejo de la mujer que se alejaba hacia atrás, caía sobre la primera silla que estaba contra la pared y se ponía a observar cómo iban llegando desde las ramas, desde los techos, para comer en su ventana.
Uno de los pequeños que en lugar de comer cantaba, atravesó la cortina de un brinco. La mujer se sobresaltó, siempre había temido que eso ocurriera en su ausencia y nadie pudiera abrir las puertas y ayudarlo a salir.
El pájaro reconoció el calor del interior, el aire que venía de afuera movió la cortina, le tapó la salida. Hay cosas que regularmente no se pueden escuchar, que no imaginamos que puedan infundir tanto miedo o tristeza hasta que estamos solos frente a ellas: el aire, el sonido de una gota insistente, el aleteo de un pájaro encerrado, pájaro que para entonces ya volaba contra las esquinas del cuarto, contra la imagen ilusoria de la mañana, de los árboles, que lo devolvían de golpe hacia adentro.
La mujer se levantó, trató de abrir la ventana con fuerza pero no lo logró, el vuelo del pájaro la atormentaba. Se tapó los oídos, se tropezó contra los muebles en su camino hacia la puerta, la abrió lo más que pudo y una vez afuera, se recostó contra la pared para esperar que un milagro sucediera, que una corriente de aire le indicara la salida, el camino hacia la puerta.
Todavía con las manos sobre los oídos, la mujer se percató de que allí afuera, sorpresivamente, era de noche. A sus pies había un rectángulo de luz que venía desde adentro, a través de la puerta abierta, donde la sombra de un pájaro no dejaba de revolotear.
2 comentarios:
Me encantan tus escritos. Siempre tienen un dejo tanto de melancola como de esperanza o al menos, la ráfaga de una esperanza.
Gracias por pasar Trudy!! un abrazo.
Publicar un comentario