En
diciembre se conmemoraron 100 años del nacimiento de Alaíde Foppa y
34 de su desaparición. El tiempo que transcurrió entre una fecha y
la otra estuvo marcado por el amor, la maternidad, la
intelectualidad, la lucha feminista, la militancia y la tragedia.
Dicen
que Alaíde había salido a comprar flores y a recoger la renovación
del pasaporte que había perdido. Era 19 de diciembre de 1980, tenía
previsto regresar a México un día después. Esa mañana la
acompañaba Leocadio Axtún Chiroy, el chofer de su madre. Un hombre
que venía de la Finca San Sebastián, la finca de ganado, café y
madera, propiedad de la familia Falla, ubicada cerca de San Miguel
Dueñas. Cuando transitaban a la altura de lo que hoy conocemos como
la Plaza El Amate, fueron interceptados, y nunca más se supo de
ellos.
***
No.
El pasaporte no estaba perdido. Estaba vencido. Fue el que le entregó
para el viaje su hija Laura, la bailarina, con la preocupación de
que el vigente tenía el sello de una visita a Nicaragua, en donde un
año atrás había encabezado una campaña de solidaridad con la
revolución sandinista, mediante una subasta de arte. Un detalle que
en ese entonces podía causarle problemas. Alaíde estaba ilusionada,
quería visitar a su madre en Guatemala, cuenta Laura Solórzano, sin
embargo, esta vez llevaba, además, una misión. Viajaba con enormes
pérdidas a cuestas. Tan solo unos meses atrás habían asesinado a
su hijo menor, Juan Pablo, durante un combate en Nebaj; y al
enterarse, abrumado con la noticia, su esposo, Alfonso Solórzano,
había salido distraído a la calle y había sido atropellado por un
auto en la Avenida Insurgentes. Alaíde había tomado una decisión.
Quería sentirse útil a la causa por la cual también militaban sus
hijos Mario y Silvia. Quería tomar el lugar de Juan Pablo en la
lucha guerrillera. Fue Laura quien la llevó al aeropuerto el día de
su último viaje. Recuerda que allí, su madre se despidió con una
sonrisa ilusionada, casi ingenua, y que ella la abrazó mucho. La
idea era que estuviera de vuelta antes del 21 de diciembre, en esa
fecha iba a inaugurarse el Teatro Covarrubias y como parte de la
actividad estrenarían la obra “Calaucán” de Patricio Buinster,
en la que participaría Laura, quien a lo largo de su carrera había
bailado en diferentes lugares, estilos y grupos, muchos de los cuales
no habían sido del agrado de su madre. Y ahora, que integraba el
taller coreográfico de la UNAM, lo estaría haciendo en un lugar y
de la manera que a ella sí le gustaba. El 19 de diciembre, un día
antes del regreso programado, Laura llamó a Guatemala para confirmar
el viaje de vuelta de su madre, pero ya había desaparecido. Dos días
después, recuerda haber bailado con Alaíde Foppa en el corazón.
***
A
Silvia le llegó la noticia de la desaparición de su madre a través
de una radio que estaba encendida en el campamento del Ejército
Guerrillero de los Pobres (EGP) ubicado en las montañas de El
Quiché. Silvia se había involucrado en el movimiento desde los 22
años, cuando estaba en cuarto año de la carrera de Medicina. Su
padre, Alfonso Solórzano, era miembro fundador del PGT, pero en esos
inicios, su agrupación estaba en contra de la lucha armada, lo cual
hizo que Silvia y sus hermanos, Mario y Juan Pablo decidieran no
compartir sus decisiones y viajar a Guatemala para enrolarse en la
lucha por cuenta propia. La decisión de la partida pareció normal
en casa de los Solórzano Foppa. El padre era guatemalteco, volver al
país era algo que él mismo no podía hacer, y no puso resistencia
ante el deseo manifiesto de sus hijos. Silvia vino a terminar la
carrera al país, y con la excusa de que se iba para México a
prestar servicio social, desapareció y se fue a la montaña, donde
también hacían falta médicos, y donde permanecería durante siete
años, alfabetizando, entre otras muchas actividades. Allí conoció
a su pareja y tuvo una hija que su madre logró conocer la única vez
que se vieron desde entonces, y que dejó en la memoria de Silvia la
figura de una Alaíde transformada. Ella, que había crecido en un
medio aristocrático y diplomático, se vestía diferente, tenía
otra actitud. La noche en que la radio dio la noticia de la
desaparición de Alaíde Foppa, Silvia estaba en un campamento en
donde más de la mitad de la gente había tenido una pérdida o había
terminado por recibir una noticia similar. Pocos sabían que su madre
era una más de los 45 mil desparecidos, no podía sentirse la mayor
víctima del mundo. “Me tocó a mí también”, pensó.
***
El
19 de diciembre de 1980, el teléfono sonó en la casa de Julio
Solórzano Foppa en México. Era su hermana Laura y tenía malas
noticias desde Guatemala. Estaban buscando a su madre, no la
encontraban. Su abuela, Julia Falla, ya había recorrido hospitales,
comisarías, y había solicitado la intervención del ministro de
Economía del gobierno de Lucas, Valentín Solórzano, hermano del
esposo de Alaíde, para ver si por la vía oficial podían tener
alguna pista de lo que había sucedido. Ese año ya habían tenido
dos muertes en la familia. La desaparición de Alaíde Foppa era un
nuevo golpe violento, uno más previo al último que sufrirían seis
meses después cuando su hermano Mario también sería asesinado. Sin
embargo, el impacto de la noticia para el hijo mayor de Alaíde Foppa
tendría otra arista un día después, cuando leyendo una nota en el
periódico Excelsior, que hablaba acerca del caso de su madre, se
enteró, además, de que su verdadero padre era el ex presidente
guatemalteco Juan José Arévalo. En ese momento recibió otra
llamada de su hermana Laura. “¿Viste el periódico?”, le
preguntó, y llegó a su casa para contarle que lo que decía la nota
era cierto, que era algo que todos sabían. Su madre siempre le había
querido decir, pero no había encontrado el momento para hacerlo,
tenía miedo de la reacción que Julio pudiera tener, pues pasaba por
una crisis alcohólica que ya llevaba varios años. Sin embargo,
transcurrirían otros más para que Julio Solórzano se contactara y
reuniera con Arévalo y empezara así una relación de cercanía con
esa familia de la que también era el hijo mayor. En ese momento, la
prioridad era rescatar a su madre con vida, y junto a su hermana
Laura se aferraron a ese hilo muy delgado de esperanza que les duró
algunos meses.
***
Laura
viajó a Nueva York en enero de 1981. Se había ganado una beca del
taller coreográfico para recibir unas clases magistrales, y
aprovechó el momento para visitar varias organizaciones y denunciar,
así, no solo la desaparición de Alaíde Foppa, sino, además, la
violencia de la que era víctima Guatemala. Laura Solórzano estuvo
en las Naciones Unidas y en la oficina de Derechos humanos de la OEA.
Su hermano Julio, mientras tanto, se fue a París. Allá estaba
Dominique Eluard, la viuda del poeta Paul Eluard, con quien Alaíde
Foppa había trabajado una traducción al español de su libro “El
ave fénix”, y quien había recibido anteriormente a Julio
Solórzano en su casa durante el tiempo que éste estuvo estudiando
en Rusia. La casa de Dominique Eluard era un centro de reunión de
intelectuales rusos y franceses, ella misma estaba muy vinculada,
además, con América Latina, recuerda Julio Solórzano, quien en esa
casa conoció a Simone de Beauvoir, Sartre, Althusser, y en una sola
noche a Julio Cortázar, Mario Vargas Llosa, Gabriel García Márquez
y Carlos Fuentes, juntos, por el año 68. Al enterarse de la noticia
de la desaparición de Alaíde Foppa, la viuda de Eluard le comentó
que habían conseguido que se abriera un espacio en la Asamblea
francesa para que él llegara a hablar del caso de su madre y de esa
manera se hiciera presión en el Ejecutivo para que Francia
interviniera. Así lo hicieron, la participación de Solórzano Foppa
en la Asamblea la hizo al lado del escritor argentino Julio Cortázar,
quien se encargó del elogio y defensa de la escritora. Solórzano no
sabe si los dos escritores alguna vez se conocieron, el caso es que
Cortázar, quien este año también arribó al centenario de su
nacimiento, sabía quién era su madre. En
México, mientras tanto, la indignación también había permeado con
fuerza. De acuerdo con los testimonios escritos de Elena Poniatowska,
quien trabajó con Foppa en la revista FEM,
el periódico Uno
más uno
empezó a llevar la cuenta de los días sin Alaíde mediante un
pequeño anuncio firmado por el “Comité Internacional por la vida
de Alaíde Foppa”. “Se fueron ensartando los días”, dice
Poniatowska, “un día más sin Alaíde, un día más sobre un
montón de días, un día más como una paletada de tierra sobre una
situación atroz, intolerable. Pensé que el día en que el escueto
desplegado desapareciera nos habríamos acostumbrado a él como a
cualquier otro anuncio, porque tal parece que en América Latina
resulta más fácil convivir con la tragedia y la injusticia que con
la libertad”. Eso lo dejó muy claro el Gobierno de Guatemala,
representado por Lucas García. México había conformado una
delegación para que viajara al país e intercediera por la suerte de
la escritora desaparecida. La respuesta gubernamental se dio mediante
un telegrama en el que aseguraban que también estaban preocupados
por la suerte de la Doctora Foppa, pero creían que tenían la
obligación de advertirles que el comunismo internacional, en su afán
de dañar la imagen del gobierno guatemalteco, podía causarles daño
de cualquier naturaleza a los miembros de la comisión mexicana. La
amenaza de un gobierno a otro había sido lanzada, el viaje se
canceló.
Alaíde
en perspectiva
Cuando
se pierde a un ser querido, uno se enfrenta a varias dimensiones,
dice Julio Solórzano. Se empiezan a entender unas y a conocer otras.
Con la desaparición de Alaíde Foppa, sus hijos empezaron a
reconocer a su madre, a entender lo que ella representaba para muchas
otras personas fuera de la familia, y los diversos espacios en los
que se había desarrollado y había tenido influencia: los
intelectuales, los de la crítica de arte, el feminismo y la poesía.
Alaíde Foppa era para ellos la mujer que determinaba lo cotidiano.
La cabeza intelectual y artística de una familia numerosa, en la que
la influencia ideológica corría por cuenta de la figura paterna.
Los cinco estuvieron claramente marcados por ambos. Julio y Laura se
dedicaron al arte; Silvia, Mario y Juan Pablo, a la militancia. Su
vinculación intelectual con el exilio guatemalteco en México hacía
de su casa un punto de encuentro visitado por Tito Monterroso, Carlos
Illescas, Mario Monteforte Toledo, Otto Raúl González o el mismo
Miguel Ángel Asturias, cuando andaba de visita por México. De un
día para otro, esa mujer que había nacido en Barcelona y, como hija
de un diplomático se había formado en Bélgica, Francia e Italia;
que había venido a Guatemala en época de la Revolución, y la noche
del 20 de octubre había ido a prestar ayuda a los heridos de los
bombardeos, y con lo que ganaba por escribir sus artículos
periodísticos, le alcanzaba exactamente para pagar el sueldo de la
cocinera, se transformó en una figura que representaba la
indignación de quienes reconocían la importancia y la dimensión de
la pérdida que significaba la desaparición de la mujer que había
fundado la revista FEM,
conducía el Foro de la mujer en Radio Universidad, participaba
activamente con las organizaciones de defensa de derechos humanos,
había traducido a Paul Eluard y a Miguel Ángel Buonarroti, hacía
crítica de arte, escribía poesía y había decidido involucrarse en
la lucha ideológica en la que creían sus hijos.
***
“Alaíde
Foppa era poco conocida entre las jóvenes de los 70, pero al tener
chance de ir a México y leer FEM,
querías conocerla. FEM
te abría los ojos, la mente, el cuerpo, el corazón”, afirma Ana
María Cofiño, directora del periódico feminista La
cuerda, quien
todavía guarda una pequeña e incompleta colección invaluable de la
revista mexicana en la que conoció a otras autoras, no sólo del
continente, sino de más allá, y que sirvió de ejemplo para las
feministas guatemaltecas, como Viviana Fanjul quien escribió como
Fémina sapiens en la revista Qué
pasa calabaza, publicada
a finales de los 70, en tiempos de Lucas. “FEM
fue pionera a nivel latinoamericano como Fempress
desde Chile. En ella escribieron y colaboraron intelectuales de
prestigio como Elena Poniatowska y Marta Lamas, entre otras. Para mí
fue una puerta grande y prolija para seguir buscando; y para La
cuerda,
fue un modelo”. El poeta y editor Francisco Morales Santos opina
que el registro poético de Alaíde Foppa no tiene igual en la poesía
guatemalteca. “Es una poesía suave y dulce, y al mismo tiempo,
fuerte. Me atrevo a decir que está más cerca de algunas poetas
mexicanas de su tiempo: Dolores Castro, por ejemplo, quien ha dicho:
“El amor, la vida y la poesía son una misma cosa”. En ambas se
hace realidad esta expresión; ahora bien, como traductora, recoge
una rica tradición que viene de escritores como Batres Montúfar,
Domingo Estrada y María Cruz”. Para la poeta Carolina Escobar
Sarti a Foppa la definió sobre todo su curiosidad e inquietud
intelectual y académica. “Su pasión estaba puesta en la vida. Su
poesía me parece prístina, transparente, toca temas como la
palabra, la vida, lo cotidiano de manera bastante sencilla. Hay
momentos en que se puede pensar que no es tan profunda para venir de
una mujer como ella. Yo, de hecho, empecé admirando a la mujer y la
académica para llegar a entender su poesía, y no al revés”, dice
la escritora que durante una temporada tuvo en su poder el archivo de
Alaíde Foppa: dos cajas de plástico que contienen cartas, recortes
de periódico, cosas de la universidad, muchos escritos en francés,
contactos, catálogos de muestras artísticas, y según su hijo,
algunos cuentos, media novela y textos académicos. La idea de
Escobar Sarti era hacer un libro sobre Alaíde, sin embargo el tiempo
y las actividades empezaron a apretar su agenda y optó por devolver
el archivo que sigue en espera de que alguien se interese en él y
empiece a estudiarlo, a rescatarlo.
***
Con
el paso de los años, a pesar de la ausencia de respuestas, algunos
datos han quedado claros para los hijos de Alaíde Foppa. Una amiga
de la familia había visitado la casa de Julia Falla dos días antes
de la desaparición de su hija. Cuando salió de allí con rumbo a la
zona 10, un retén la detuvo durante 3 horas creyendo que se trataba
de Alaíde. Cuando se dieron cuenta de su equivocación, la
liberaron. Ella puso en alerta a Foppa, sin embargo, eso no fue
suficiente para que tomara las precauciones necesarias. Por fuentes
de inteligencia de la guerrilla, Mario Solórzano, todavía pudo
avisarles a sus hermanos que aparentemente Alaíde Foppa había
muerto en tortura la primera noche de su secuestro, del que hoy aún
se responsabiliza como autor intelectual a Donaldo Álvarez Ruiz, el
ministro de gobernación del gobierno de Lucas García, que actuaba
bajo instrucciones del Ejército. Razón por la cual en 1999, Julio
Solórzano se unió al proceso que la Fundación Rigoberta Menchú
planteó en España en contra del ex ministro por los delitos de
tortura, genocidio y terrorismo de Estado. A este proceso se han ido
uniendo otros ante la Corte Suprema de Justicia y la Corte
Interamericana de Derechos Humanos. No con la expectativa de que un
día aparezca, sino como una manera de abrir brecha para que otras
familias presenten sus recursos, como un proceso importante en la
lucha contra el olvido.
***
El
3 de diciembre se cumplen 100 años del nacimiento de Alaíde Foppa.
Y durante todo el año se han llevado a cabo varias actividades para
conmemorarlo. La feria del libro le dedicó un salón; Editorial
Cultura reeditó la compilación de su poesía, así como las
traducciones que hizo de Paul Eluard y Miguel Ángel Buonarroti. La
Editorial Universitaria, por su parte, reeditó el poemario Elogio
de mi cuerpo; y,
durante el Festival de Cine “Ícaro” se presentó el documental
mexicano sobre su vida, titulado La
sinventura. Esto,
entre otros homenajes y actividades con las que se constata que su
nombre todavía está presente, que su legado todavía se celebra. Un
punto a favor de la memoria en un país al que le urge recordar.
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