lunes, 12 de marzo de 2018

Tratado sobre la importancia del capullo en el proceso de transformación




 Foto de Sandra Sebastián


Hermana:

Cada vez que me piden que hable de las mujeres, me yergo frente al espejo de mi “habitación propia” y pienso en vos, durante una mañana del futuro, sentada en calma junto a la orilla de tu propio río, ya con menos piedras entre los bolsillos. En este momento no lo podés ver, todo pesa demasiado, todo amenaza con ahogarte: la vida, la voz de tus padres, los sermones de las monjas y el pastor, las altas expectativas de esa gente que ni te conoce ni conocés; las miradas que parecen juzgar en voz alta; todos esos susurros que te rodean y te lastiman; los años de tus hijas, que tarde o temprano llegarán a este punto en el que sentís que no hay salida; la lista de las cosas que dijeron que tenías que ser, esas para las que no te alcanza la vida, la gana ni la fuerza.

Si todos te han dicho que sigás avanzando, yo te pido hoy que te detengás un momento, no te cansés andando y desandando, el único lugar posible hacia dónde correr antes de empezar a avanzar es hacia adentro, y, contrario a lo que pensás, no es un lugar para esconderse mientras lo de afuera desaparece, no es un lugar seguro. Es un camino escabroso, es oscuro, está lleno de ecos y fantasmas que muchas veces vos seguís creyendo que están afuera, pero los cargás con vos, se han aferrado a tus oscuridades, fingen ser una parte tuya. Descendé. Buscálos. Mirálos de frente. Cuestionálos y los verás desaparecer, dejar libre dentro de vos un espacio que te hará sentir más liviana.

La primera "habitación propia", y la más importante, que debe tener y defender toda mujer, es metafísica, un espacio propio dentro de sí misma donde conocerse, donde replantearse lo aprendido, donde afianzarse antes de salir de vuelta y seguir caminando, ahora entre el desconcierto, la descalificación, la rabia que genera en los otros la imposibilidad del dominio. Sin embargo, mucho habrá cambiado, aunque parezca que afuera todo sigue igual. Los señalamientos ya no se detendrán, pasarán de largo, los dejarás pasar; sabrás quién sos, cuáles son tus circunstancias; conocerás tus fortalezas y asumirás tus imposibilidades. Serás vos, finalmente; tendrás un “no” a la mano, un criterio bien plantado, una palabra siempre firme en los labios; serás más pura, más cercana a tu esencia, más consciente, más libre, más fuerte.

Lo sé porque ese es el camino desde donde vengo. Lo descubrí hace ya algunos años por casualidad, soledad y cansancio. Tomar conciencia de ello me ha llevado mucho tiempo, reconstruirme me ha llevado otro tanto, pero desde entonces sé quién soy, escogí un camino y no me callo. Tengo una “habitación propia” en donde me he puesto a renombrarlo todo: el amor, la moral, la espiritualidad, todo en lo que creo, en mi tarea de reconstruir un lugar pleno en donde asentar mi propio paraíso.

Hoy me pidieron que hablara de la mujer, pero también de la escritura como esa herramienta de autonomía e independencia. Yo me fui un poco más allá, porque la escritura es, en todo caso, el resultado de la verdadera herramienta liberadora en que se constituye la introspección. Lo demás viene por añadidura y puede manifestarse en una forma de vida, en un oficio, en una voz, en una actitud, en fin, en cualquiera de las diversas posibilidades que regala la libertad. La mía fue la palabra, la escritura, opté por observar, pensar, sentir, y dejar testimonio de eso. Muchas mujeres antes que yo lo hicieron en este mismo espacio geográfico, en otros tiempos, fue su manera de ser libres y de abrirnos el camino.

La primera poeta y dramaturga centroamericana de quien se tiene noticia es la religiosa antigüeña de la época de la Colonia, Sor Juana de Maldonado y Paz, un nombre que fue traído de vuelta al presente gracias al esfuerzo y la investigación de otra escritora, Luz Méndez de la Vega, investigación de la que se apropió el historiador Luis Luján Muñoz y la hizo pública sin darle el crédito debido.

En el siglo XIX, Pepita García Granados hizo una dupla fantástica con el poeta José Batres Montúfar y se convirtió en un antecedente de la irreverencia y la transgresión verbal y social que ya a finales de los años 70 caracterizaría a la obra de la poeta Ana María Rodas. A finales de ese mismo siglo, la quetzalteca Vicenta Laparra de la Cerda fundó junto a su hermana el primer periódico femenino del país, La voz de la mujer y abrió así un camino en el que muchos años después se hizo escuchar la de la periodista Irma Flaquer en columnas valerosas como “Lo que otros callan”, que le valió ser vilmente silenciada y desaparecida por las fuerzas represoras del gobierno.

Ya a principios del siglo XX, aparece María Cruz, poeta, hija de un diplomático, y por ende, viajera, en cuya obra sobresalen, entre otras, las traducciones que hizo de los poetas malditos franceses y de Edgar Allan Poe; obra y vida que bien pudieron ser antecedentes de la de otra escritora, hija de un diplomático, Alaíde Foppa, quien dentro de su obra poética dejó también la traducción de la poesía de Paul Eluard, y de Miguel Ángel Buonarroti, antes de ser desaparecida por los elementos de inteligencia militar que mantenían el control durante los años 80.

El caso de Luz Méndez de la Vega es uno más en la lucha de las precursoras. De su poesía se recuerda y se remarca, como en Rodas, el tinte de lucha feminista, el esfuerzo por hacerse escuchar en un espacio que parecía no pertenecerle, mediante la visibilización del cuerpo, del deseo, de la inconformidad con los roles sociales, así como el hecho de la unión de su voz a la de quienes exigían un país más digno y más justo. Su obra, sin embargo, también exploró otras áreas de la condición humana en hermosos textos existencialistas que reunió en libros como Eva sin Dios o De las palabras y la sombra, poemario que en 1983 ganó el Certamen Permanente Centroamericano, en el que concursó con un seudónimo masculino. Otro es el caso de Isabel de los Ángeles Ruano que, vestida como hombre y exiliada de la realidad, todavía ronda por las calles del centro. Su lucha fue en solitario y el exilio hacia dentro de sí misma. Allí se quedó después de dejar un intenso legado poético que la convierte en una voz imprescindible de la literatura guatemalteca.

Claro que estas no fueron las únicas luchas, ni las últimas. Sin embargo, son algunas de las que trazaron el camino para que hoy, cuando se habla de literatura guatemalteca, siempre se tenga en mente lo que están escribiendo las mujeres, lo que estamos haciendo nosotras. Escribiendo, quienes nos precedieron, no solo dejaron constancia de su emancipación, sino, además, propiciaron un espacio de autonomía colectiva y nos regalaron un camino más limpio dentro de la historia de la literatura guatemalteca.

Y es que la literatura es, de por sí, un acto de libertad. Leer es acercarse a los descubrimientos que ha hecho dentro de sí mismo otro ser humano, es experimentar el resultado de la conquista de un espacio de libertad. Por eso, frente a los libros es inevitable volver la mirada hacia adentro, sentir la necesidad de escucharse, de encontrarse. Allí radica la importancia de propiciar ese encuentro entre libros y lectores, un trayecto lleno de obstáculos que van desde el acceso a la educación, el precio de los libros y la imposibilidad del ocio en países donde la lucha es sobrevivir al día.

En fin, hoy creo que la literatura es un pretexto para hablar de las voces que intentan hacerse audibles desde lo más profundo de uno mismo. De la posibilidad de ver las luchas ganadas a través de la defensa de ese espacio interior. No temás, hermana, y da el salto hacia adentro. Pronto flotarás en la superficie, renacida. Lista para decidir, actuar, escribir, en fin, para vivir… Te hablo a vos, hermana a la que me une la sangre, y a vos, hermana desconocida.

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