domingo, 27 de diciembre de 2020

Sobre "Mañana muerta de domingo" de Alvaro Sánchez

 


De Alvaro Sánchez todos tenemos una referencia visual. La de un artista plástico que ha pasado por la publicidad, el corto audiovisual, y mantiene un trabajo de producción constante en el colage digital, el dibujo y la pintura. Un artista que, además, se ha hecho un lugar dentro de la atmósfera de la literatura guatemalteca de los últimos 10 años, luego de darle rostro, de darle imagen, a muchos libros publicados  durante la última década. Sin embargo, la relación de Alvaro Sánchez con los libros es mucho más larga, más profunda, más constante. De la mano de la música, otra de sus pasiones, Alvaro Sánchez llegó a la escritura cotidiana de una columna en el Diario de Centroamérica, y también, mucho antes de eso, a la literatura, a la poesía y la narrativa. De muchos es ya conocido su hábito de lector, tan fiel, puedo asegurar, como su hábito por el vino. De allí que no me haya extrañado el día que recibí el mensaje en el que me contaba del nacimiento de su primer libro, este: Mañana muerta de domingo: pues siempre he creído que un lector constante, tarde o temprano, termina teniendo mucho qué decir, y no tiene otra opción más que ponerse a escribir.

Quienes han seguido de cerca el trabajo visual de Alvaro Sánchez están ya familiarizados con sus temas oscuros y con los títulos de sus obras. Frases breves y contundentes, casi versos, guiños que desde ya nos hablan de la profundidad de las imágenes, nos dicen que detrás de ellas hay algo más, un relato. Estos, quizá, que también denotan su origen en esos pasillos oscuros del subconscinete, en los que, desde hace años, Alvaro va y viene, desde donde exporta las imagenes que en estas narraciones brevísimas parecieran tomar no solo vida, sino movimiento. Un movimiento onírico y oscuro que toma vida en la cabeza de quienes leen. Así, el artista que durante años vimos partir de textos ajenos en busca de la imagen primigenia que los defina, ahora es quien da las palabras para que quienes se acerquen a ellas sean los que pongan las imágenes de sus propias pesadillas.

Mañana muerta de domingo es un libro de microficciones que se pueden enmarcar en el campo de lo onírico y del terror. Un campo poco explorado en Guatemala, quizá, solo a través de algunos textos de tinte fantástico de Marilinda Guerrero, los libros de microrrelatos del escritor Ricardo Rivera Echeverría, o los matices de la obra narrativa de Byron Quiñónez, que mezclan el horror y lo policíaco. Los de Sánchez son textos breves, unos más que otros, que por su naturaleza tienen el ímpetu de la imagen, un campo de más conocido por este artista visual, y del golpe. Es allí en donde vemos que Sánchez sigue fiel a su oficio, y que ahora tan solo nos lleva a pasear para observarlo desde otra perspectiva.

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