De Alvaro
Sánchez todos tenemos una referencia visual. La de un artista plástico que ha
pasado por la publicidad, el corto audiovisual, y mantiene un trabajo de
producción constante en el colage digital, el dibujo y la pintura. Un artista
que, además, se ha hecho un lugar dentro de la atmósfera de la literatura
guatemalteca de los últimos 10 años, luego de darle rostro, de darle imagen, a
muchos libros publicados durante la
última década. Sin embargo, la relación de Alvaro Sánchez con los libros es
mucho más larga, más profunda, más constante. De la mano de la música, otra de
sus pasiones, Alvaro Sánchez llegó a la escritura cotidiana de una columna en
el Diario de Centroamérica, y también, mucho antes de eso, a la literatura, a
la poesía y la narrativa. De muchos es ya conocido su hábito de lector, tan
fiel, puedo asegurar, como su hábito por el vino. De allí que no me haya
extrañado el día que recibí el mensaje en el que me contaba del nacimiento de
su primer libro, este: Mañana muerta de domingo: pues siempre he creído que un
lector constante, tarde o temprano, termina teniendo mucho qué decir, y no
tiene otra opción más que ponerse a escribir.
Quienes han
seguido de cerca el trabajo visual de Alvaro Sánchez están ya familiarizados
con sus temas oscuros y con los títulos de sus obras. Frases breves y
contundentes, casi versos, guiños que desde ya nos hablan de la profundidad de
las imágenes, nos dicen que detrás de ellas hay algo más, un relato. Estos,
quizá, que también denotan su origen en esos pasillos oscuros del
subconscinete, en los que, desde hace años, Alvaro va y viene, desde donde
exporta las imagenes que en estas narraciones brevísimas parecieran tomar no
solo vida, sino movimiento. Un movimiento onírico y oscuro que toma vida en la
cabeza de quienes leen. Así, el artista que durante años vimos partir de textos
ajenos en busca de la imagen primigenia que los defina, ahora es quien da las
palabras para que quienes se acerquen a ellas sean los que pongan las imágenes
de sus propias pesadillas.
Mañana muerta de
domingo es un libro de microficciones que se pueden enmarcar en el campo de lo
onírico y del terror. Un campo poco explorado en Guatemala, quizá, solo a
través de algunos textos de tinte fantástico de Marilinda Guerrero, los libros
de microrrelatos del escritor Ricardo Rivera Echeverría, o los matices de la
obra narrativa de Byron Quiñónez, que mezclan el horror y lo policíaco. Los de
Sánchez son textos breves, unos más que otros, que por su naturaleza tienen el
ímpetu de la imagen, un campo de más conocido por este artista visual, y del
golpe. Es allí en donde vemos que Sánchez sigue fiel a su oficio, y que ahora
tan solo nos lleva a pasear para observarlo desde otra perspectiva.
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