viernes, 10 de septiembre de 2010

Jugar, correr tras la vida





Por Eddy Roma

Sucede que el poema o el cuento resultan insuficientes para el escritor. Lo que necesita decir precisa otros cauces. El poeta acude al ensayo y la novela para fijar su sistema de creación, ordenar sus lecturas y analizar los problemas de su tiempo. En cambio, es infrecuente que el cuentista ascienda a la poesía para verter su reacción ante el mundo que le rodea. En esa búsqueda se dirigen los poemas reunidos en Cuentos infantiles, título que remite al oficio narrativo que desde edad muy temprana manifestó su autora, Vania Vargas (Quetzaltenango, 1978). 
Agrupados en cuatro secciones, los Cuentos infantiles retratan una ciudad que niega el sueño y el reposo a sus habitantes. El café es una breve escala donde la gente coincide, por unos minutos, antes de salir apurada a la casa o al turno laboral. El teléfono celular y el intercambio de mensajes vía chat sustituyen la cercanía que dan el abrazo y la caricia. Los poemas se desplazan en un cuadrilátero donde las esquinas se reparten entre encarar las pérdidas, la no renuncia al amor, el juego, e incorporarse al tumulto de la vida.
La apuesta implica el abandono de la zona de confort y seguridad. El movimiento es riesgoso y la ficha puede caer en cualquier sitio. “Quizá tengás razón/ padre”, dice Vania en el poema que es el hit single del libro. “De haber seguido el camino que me señalaste/ no me subiría a este autobús todas las mañanas/ ni me pondría triste cada vez que enfilo la avenida”. La ciudad que recorre “se convierte en los pedazos de algo/ que nadie ha querido armar”. Muerde, aturde, esconde otras intenciones. “Pero era esto o seguir imaginando la vida/ como algo que no se mira/ a través de una ventanilla sucia” declara la poeta. Una vida, dice en otros versos, “con la que se entabla conversación/ a fuerza de estar parados en la misma esquina”. Vida que es una infinita posibilidad de situaciones y personas, como afirma en The ballad of Bonnie Parker: “Yo también soñé con una vida peligrosa/ con acumular historias/ de las veces que he escapado de la muerte/ con mostrar las cicatrices que dejó/ el impacto de los días”. A veces siente que no la alcanza, que se la pierde. “Está allá afuera/ y corre salvaje”, retrata.
El juego debiera ser hábito permanente en el ser humano. Pero lo relegan a la infancia y al poeta, ese niño que nunca creció. Siempre le gustará tirarse al suelo para recoger los dulces recién caídos de la piñata, sin temer a los pisotones y a esa advertencia, “vos no, ya estás grande”, que resuena con más fuerza a medida que pasan los años. A los niños hay que dejarlos “que salgan a la calle/ apedreen a los perros que pelean afuera/ y espanten a los zanates”. “Si aprenden a jugar”, recuerda Vania, “tienen parte de la vida/ resuelta”. Pero también puede ocurrir el encuentro con un timador, o un jugador más hábil, y entonces se padece la lección: “Que nos corresponde ir aprendiendo a/ perder// Que somos juguetes/ de los otros/ de algún dios”. 
Freddie Mercury se refirió al amor como una crazy little thing. Vania encuentra que “la tristeza puede ser/ dulce// y transferible”. Con todo, otea en los mares esperando divisar el amor. En períodos de esplendor acude al hechizo de las contadoras de cuentos y se propone escribir “un texto bello/ exacto/ para verlo pasear los ojos por él/ con la atención de quien sigue la ruta del escote”. Pero la herrumbre se come a la edad de oro. Quiere imaginar “que no es el tráfico el que nos separa/ ni un retraso cualquiera/ ni el cansancio/ el que nos impide coincidir despiertos en el mismo lugar”. Aunque declare: “Moriré/ quizá/ sin encontrarlo/ sin verlo de frente/ sin sentir el aliento/ salino/ de sus fauces”.
“Con los años he ido perfeccionando el oficio de tomar los días/ escarbarlos/ darles vuelta/ mezclar las horas/ comprimirlas/ hasta que quepan en una cuartilla azul/ que pueda doblar fácilmente en cuatro”, asienta Vania. No hay jactancia en esas líneas. Es señal de fe hasta el game over en una práctica, sobra decirlo, de por vida.

Publicado en Magacín, del diario Siglo XXI, el domingo 5 de noviembre de 2010
Ilustración: Alejandro Azurdia

1 comentario:

Diego :-P dijo...

¿?
No hemos llegado a esa fecha...